martes, 4 de diciembre de 2018

CONCEPTO DE VALORES



CONCEPTO DE VALORES

La palabra valor, para diferentes autores y en distintas épocas, adquiere una pluralidad de significados. Sin embargo, en la actualidad nos es dado hablar de la existencia de distintos valores: útiles, científicos, estéticos, morales, religiosos, etc.
La disciplina filosófica que se encarga del estudio de los valores es la Axiología. Etimológicamente, la palabra deriva de griego axios -valor y logos - tratado. La axiología es, pues, la teoría de los valores, es decir, la disciplina filosófica que aborda esta área de estudio que ensaya sus primeros pasos en la segunda mitad del siglo XIX.

Pero, ¿qué son los valores, según la axiología? Al respecto no existe una respuesta unívoca a este problema, no obstante, se puede convenir en la siguiente definición: 

Los valores son cualidades y/o propiedades valiosas de las cosas, las actividades, las creaciones de las personas y, sobre todo, de las propias personas, que se ponen de manifiesto mediante la actividad cultural.

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 De acuerdo con esta definición, por ejemplo, al dinero, en tanto cosa, corresponde el valor de la utilidad, a los libros, concebidos como creaciones culturales, corresponde el valor científico, al arte, como creación cultural, el valor estético, y así sucesivamente, podemos decir lo mismo de otras cosas y/o creaciones culturales. No obstante lo anterior, y a pesar de reconocerse que los valores son creaciones de las personas, a lo largo de la historia de la axiología han venido surgiendo distintas posiciones en torno al problema de la naturaleza y esencia de los valores.







miércoles, 28 de noviembre de 2018

EL HOMBRE COMO SUJETO DEL DESEO

EL HOMBRE COMO SUJETO DEL DESEO

Dentro de las estructuras éticas y ontológicas del hombre se encuentra principalmente el deseo, elemento constitutivo que nos hace seres humanos. Pero éste adquiere diferentes significados según las distintas perspectivas teóricas desde las cuales se le aborda.

 Etimológicamente, el término deriva del latín desidium, que significa deseo erótico. En el idioma español, deseo viene de desidia. Según Berceo, para Plauto es “libertinaje” y para Cicerón “avidez”, por lo que en este sentido asume el significado de “voluptuosidad”, incentivo de la lujuria.

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 El deseo tiende a ser identificado con el deseo sexual. En esta misma línea de interpretación, pero desde un enfoque científico, la concepción freudiana asocia al deseo con la libido, es decir, con el impulso sexual reprimido en el individuo, no susceptible de realización, precisamente por razones sociales, axiológicas y culturales. Se trata del deseo sexual sublimado. Esta concepción libidinal del deseo resulta ser insuficiente para dar una explicación de la rica complejidad del fenómeno, toda vez que éste, como manifestación de la acción humana que es, no se reduce sólo a deseo sexual, pues el hombre es sujeto del deseo de muchas cosas más.

 Esta concepción del deseo identificado con el eros, es decir, con el amor entendido como impulso de vida, y a su vez como fuente originaria de la valoración y de la creación de los valores, aparece muy cercana a una significación ética del deseo, ya que, en esta perspectiva, es visto como el fundamento que hace posible a la eticidad, esto es, las posibilidades que tiene el hombre de elegir libremente y de elegirse, por tanto, a sí mismo. En este sentido, se dice que el hombre es un ser con relación a sus posibilidades, esto es, se define como naturaleza posible; en pocas palabras, como deseo de llegar a ser plenamente libre, y con ello, más humano.

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 Para Juliana González, se trata de un deseo radical, no de cualquier deseo, sino de aquél gracias al cual hombre expresa su anhelado deseo de ser, es decir, deseo originario de realización de la propia condición humana, que consiste en la búsqueda de desarrollo de las potencialidades del ser humano. Esta misma concepción ética sobre el deseo ha sido desarrollada por Fernando Savater, para quien, en el origen de la acción humana está siempre mediando el deseo humano de querer ser más, humanamente hablando, es decir, deseo de autotrascendencia, como condición humana irrenunciable.

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EL HOMBRE COMO: PERSONA

EL HOMBRE COMO: PERSONA

Boecio, quien vivió en el siglo vi, definió a la persona como una “sustancia individual de naturaleza racional”. Desde Aristóteles, la sustancia se viene definiendo como algo que es en sí y no en otro, de lo cual inferimos que la persona en tanto sustancia es sustento de sí misma, de todos y de cada uno de sus actos. Como sustancia individual, se admite que la persona no se puede dividir, sino que al ser uno, es indivisible. Como ser racional, la persona es libre y consciente de sus actos.
                                           
Resultado de imagen para persona libre   Para Emmanuel Kant, el concepto de persona aparece fuertemente asociado al de respeto, ya que éste se da en dos sentidos: como respeto a la ley, y como respeto a la persona. En el caso del primero, consiste en una subordinación de la voluntad, la cual tiene conciencia de que debe acatar la ley, mientras que en el segundo caso, respeto significa tener conciencia de que los demás seres humanos son personas y que, por esta razón no debemos emplearlos como medios sino verlos como fines en sí mismos.  De acuerdo con Kant, las personas somos fines en sí mismos, no medios o instrumentos para ningún otro fin, por eso bajo esta concepción ética, no vale el lema: “el fin justifica los medios”.

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Un filósofo más reciente, Emmanuel Mounier, creador de la corriente mejor conocida como Personalismo, define a la persona a partir de cuatro elementos: 
1. Salir de sí: esto es, descentrarse, estar disponible, en una palabra, apertura. 
2. Comprender: esto es, abandonar el propio punto de vista para acoger el del otro. 
3. Asumir: como tomar sobre sí, hacerme cargo.
4. Dar: como expresión de gratuidad y generosidad.
5. Fidelidad: en el amor, en la amistad, como expresión de consecuencia y no de obsecuencia. 

 Bajo este enfoque, la persona se define en función de la posesión o no de ciertas disposiciones cognitivas y afectivas, tales como la tolerancia, empatia, cuidado del otro, generosidad y lealtad. La persona, de ser una sustancia individual, pasa a ser una “sustancia relacional".

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 La persona, desde el personalismo comunitario de Díaz, es sustancia relacional; es realidad en sí, tal realidad en sí es de naturaleza relacional-intercomunicada. La persona es siempre en el marco de unas relaciones posibles entre un yo-y-tú y un tú-y-nosotros.

Sin existir el reconocimiento explícito de la persona como sujeto con potencialidades propias, entendida ésta como realidad de los posible, la propia ética no sería posible, ya que para ello se requiere de un sujeto con posibilidades del ejercicio de la libertad, no de un ser cosificado e instrumentalizado.

EL HOMBRE COMO: POSIBILIDAD

EL HOMBRE COMO: POSIBILIDAD

A diferencia de los animales, que no pueden ofrecer mas que respuestas mecánicas e instintivas ante las influencias del medio ambiente, el hombre es un ser con posibilidades de optar por varios cursos de acción cuando se le presenta una situación en donde entra en juego su capacidad de decisión. En tal sentido, la posibilidad es en sí misma un rasgo constitutivamente moral del hombre, en tanto que con su ejercicio trasciende su propia animalidad.
                                         
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 El hombre es un ser de posibilidades porque primaria y consustancialmente, es una entidad en proceso de construcción, es un ser que no está clausurado en su misma especie, en su ser individual, como especie animal; sino que es un ser móvil, es un ser ambiguo, es un ser inestable e inacabado, pero que en esa movilidad y ambigüedad y en esa inestabilidad, paradójicamente, está su grandeza, y su poder.

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 Bajo estas consideraciones, el hombre es un ser de posibilidades, puesto que no se encuentra hecho, consumado, paralizado, sino que se mueve, precisamente porque es “construible”, en un universo impreciso lleno de posibilidades.

 Este concepto de posibilidad se halla muy ligado con otro concepto muy importante en todas las culturas, que es la idea de elección. Esto es así, porque el hombre se encuentra ante la posibilidad, ya que puede realizarla. Podemos elegir porque podemos ver el mundo, podemos entenderlo, interpretarlo, captarlo, rechazarlo, asimilarlo; y al mismo tiempo podemos, en función de estas perspectivas, elegirlo. Y al elegirlo, nos elegimos a nosotros mismos, elegimos nuestra vida, proyectamos nuestra vida, creamos nuestra vida. 

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 El hombre, al asumirse como un ser de posibilidades, trasciende su propia animalidad, opta por diferentes cursos de acción a través del acto de la elección. Al elegir, se elige a sí mismo, ya que asume su propia libertad, como ejercicio libre y consciente de que está decidiendo por voluntad propia. Por tal razón, la posibilidad y la elección son dos rasgos constitutivos del carácter moral del hombre.


EL HOMBRE COMO: ACCIÓN

EL HOMBRE COMO: ACCIÓN

Concebir al hombre como un ser activo ha sido uno de los temas en los que algunos filósofos de todos los tiempos han coincidido, desde Platón y Aristóteles, pasando por Spinoza, Leibniz, Marx, y, en nuestros días, Fernando Savater.

Resultado de imagen para platon En el diálogo El Sofista o del Ser, Platón hizo una afirmación que para muchos, en tanto que fue un filósofo idealista que sostuvo que el verdadero ser se encuentra no en las cosas sensibles sino en las ideas, pudiera resultar controvertida. Para él: “conocer es actuar”. Quería decir que esta acción sobre las cosas que es el conocimiento, constituye el instrumento simbólico mediante el cual, al relacionarse cognoscitivamente con ellas, el hombre las hace inteligibles.

 Por su parte, “Aristóteles distinguió dos clases de actividad humana: la praxis, instransitiva, que consiste en el puro ejercicio del sujeto, y la poiesis, transitiva, que consiste en hacer algo y dejar como remanente un producto”. Se trata de la distinción entre las actividades desinteresadas y las que tienen por objeto precisamente las objetivaciones, es decir, la obtención de un producto como obra final. 

 Continuando con esta tradición del pensamiento filosófico, en el siglo XIX serán Karl Marx y Federico Engels, quienes van a sostener que no es la conciencia lo que mejor define al hombre, como se había sostenido desde Aristóteles, sino el trabajo, esto es, la praxis transformadora de la naturaleza y de la vida social. El trabajo no sólo es visto como un instrumento que posibilita transformar a la naturaleza y a la sociedad, sino que es elevado al rango de categoría filosófica que permite definir la naturaleza humana. El hombre, para estos filósofos, es esencialmente un ser que trabaja, y dicha actividad es precisamente aquello que lo humaniza y distingue de los animales, toda vez que a partir del trabajo éste produce su propia vida material, y desde la misma, comienza a edificar sus propias formas de organización social.

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 En el caso de Fernando Savater, la acción humana es el principio fundamental del que habrá de arrancar toda reflexión ética que se precie como tal, ya que para él, el ser humano consiste en estar haciéndose, es decir, en esa lucha que pretende vencer la resistencia que le ofrecen las cosas.

 Para todos lo filósofos mencionados, como podemos observar, el hombre, cada hombre en particular, es lo que hace y se hace en su actividad.

EL NUEVO ORDEN AMOROSO





EL NUEVO ORDEN AMOROSO

Los problemas sociales y morales del siglo XX y principios del XXI, están llevando a la humanidad por el sendero de una crisis colectiva. La velocidad que asiste al desarrollo industrial está dejando tras de sí un interés por aquellos principios éticos universales. 

 En las sociedades actuales este tipo de mutaciones están dando forma a lo que Lipovetsky ha dado por nombre un “nuevo orden amoroso”, donde lo que cuenta no es una clase de amor supeditado al deber y a los imperativos categóricos que regulaban este tipo de sentimientos en las sociedades tradicionales, sino el bienestar individual, en el que se hace prevalecer la felicidad light presentista, por encima de la realización de las virtudes y deberes, y donde el Bien, como ideal ético de la modernidad, ha dado paso al bienestar individual en las sociedades postmoralistas.

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El diagnóstico que presenta este autor es el siguiente:

• En la transformación operada en la moral sexual, el sexo-pecado ha sido reemplazado por el sexo-placer. 
• La castidad y la virginidad han dejado de ser obligaciones morales. 
• Las parejas homosexuales son reconocidas por la ley.
• Ya no se considera condenable a la homosexualidad. 
• El porno se ha convertido en un espectáculo relativamente trivializado. 
• La heterosexualidad adulta, ya no lleva a hombres y mujeres a ser desterrados de la colectividad. 
• En el sexo posmoralista ya no se debe vigilar-reprimir-sublimar, debe expresarse sin limitaciones ni tabúes, con la única condición de no perjudicar al otro.
• Con la disociación del sexo de la moral, el primero ha adquirido un valor intrínsecamente moral debido a su papel en el equilibrio y en el pleno desarrollo íntimo de los individuos. 
• La idea de deberes en materia de sexualidad ya sólo suscita la sonrisa, y la vida virtuosa ya no se entiende como austera disciplina de los sentidos. 
• Con las nuevas técnicas de reproducción, la procreación de un hijo sin padre, la maternidad y la paternidad sin relación sexual se han hecho posible.

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 Estos rasgos de la moral sexual propios de las actuales sociedades posmoralistas, cabe señalar que no son extraídos de la formulación a priori de una nueva teoría ética, sino de la constitución misma de la vida cotidiana enraizada principalmente en las sociedades más industrializadas. 

LA TRANSICION DE LA MORAL. LA MORAL DEL DEBER POR LA MORAL DEL BIENESTAR INDIVIDUAL (DEL AMOR).

LA TRANSICIÓN DE LA MORAL. LA MORAL DEL DEBER POR LA MORAL DEL BIENESTAR INDIVIDUAL (DEL AMOR). 

Para Lipovetsky la ética de los tiempos democráticos que corren es más bien “indolora”, es decir, alérgica a los deberes, a las obligaciones y a los sacrificios personales; se trata de un tipo de ética que sólo se pone en marcha gracias a la espontánea voluntad de los sujetos.

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 De este modo, la voluntad de hacer las cosas ha pasado al primer plano de una ética basada en el bienestar individual. Ya no se trata de la búsqueda del Bien, como una de las grandes virtudes morales, como en antaño se proponía en los discursos filosóficos y en los comportamientos basados en una ética del deber, sino de la búsqueda, a como dé lugar, del bienestar individual. Se trata de reclamar los derechos individuales (“subjetivos”), pero sin que éstos impliquen deberes. Este sería propiamente el sentido del paso de la moral tradicional del deber, a la ética del bienestar individual.


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 En nuestras sociedades, los objetos y marcas se exhiben más que las exhortaciones morales, los requerimientos materiales predominan sobre la obligación humanitarista, las necesidades sobre la virtud, el bienestar sobre el Bien. 

 La ética del bienestar individual se funda sobre los derechos subjetivos de los individuos; derechos tales como: poder andar a tono con los últimos gritos de la moda, el hiper-consumo de los requerimientos y las necesidades materiales, el confort y la comodidad del individuo, inducidos éstos desde una lógica del consumo y la publicidad. En este tipo de ética del interés individual ya no cuenta la relación del hombre consigo mismo, sino la relación del hombre con los objetos de consumo y su correspondiente seducción hedonista. Bajo esta concepción ética, el amor propio es débil, ya que no presupone el amor a los demás, sino la consagración de su indiferencia.

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 De esta forma, el amor individualista, como manifestación de los derechos subjetivos, es esencialmente la resultante de un egoísmo insolidario. El amor, por consiguiente, ya no representa un vínculo constitutivo en la relación ética entre persona-persona, sino un objeto más de satisfacción de los deseos individuales.

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CONCEPTO DE VALORES

CONCEPTO DE VALORES La palabra valor, para diferentes autores y en distintas épocas, adquiere una pluralidad de significados. Sin...